El 1 de septiembre de 2017, Tuenti, la red social española lanzada en 2006 y popular entre adolescentes, cerró su servicio. Con ello, desaparecieron más de 6000 millones de fotografías que los usuarios habían subido. Aunque la red social avisó y ofreció una herramienta para descargar los álbumes, muchos usuarios no lo hicieron y perdieron sus imágenes.
Cualquiera con más de una década de experiencia en Internet tiene historias de datos que parecían permanentes pero desaparecieron. Los archivos electrónicos pueden desaparecer al cerrar un servicio de correo electrónico, eliminarse blogs cuando la plataforma cierra, o perderse fotos al imponer nuevas restricciones. Fallos en migraciones también han causado pérdidas, como ocurrió con 50 millones de canciones en MySpace en 2019. Aunque un grupo académico había descargado muchas de estas canciones y las guardó en Internet Archive, los usuarios perdieron acceso a ellas.
“Todo lo que hay en nuestro contenido online desaparecerá eventualmente”, dice Daniel Gayo Avello, catedrático de la Universidad de Oviedo. Explica que la permanencia de nuestros datos depende de cómo trabajamos para preservarlos. Si nuestros archivos están en una plataforma, su existencia depende de las condiciones de uso y de la supervivencia de dicha plataforma. Las empresas pueden eliminar contenido si no iniciamos sesión durante un tiempo o si deciden cerrar la plataforma.
Gayo Avello compara la red con un bosque: los árboles crecen, cambian y mueren, y lo mismo pasa con las webs. Según un estudio de Pew Research, el 25% de las páginas web que existieron entre 2013 y 2023 ya no existen. En sitios más antiguos, la tasa de desaparición llega al 38%.
La desaparición de páginas web también implica la pérdida de valiosas fuentes de documentación. Organizaciones como Archive Team trabajan para preservar contenidos web, archivando blogs, mensajes en Telegram, y vídeos de YouTube, entre otros.
Elisa García Mingo, profesora de la Universidad Complutense de Madrid, afirma que “el principal problema de trabajar en entornos digitales es la efimeridad de los datos”. La desaparición de datos afecta también al conocimiento científico, ya que muchas editoriales no tienen políticas para preservar artículos académicos.
Por otro lado, la permanencia no deseada de datos también es problemática. García Mingo señala que, aunque tratamos los datos como si fueran permanentes, en realidad son efímeros. Sin embargo, la gente guarda más registros digitales de lo que parece, lo que crea una huella digital más permanente de lo que se percibe.
Para preservar nuestros archivos digitales, es necesario organizarlos y hacer copias. Gayo Avello sugiere el método IDOM (Identificar, Decidir, Exportar, Organizar y Hacer copias). Esto incluye identificar el contenido digital, decidir su importancia, exportarlo, organizarlo en directorios y hacer copias siguiendo la regla 3-2-1: tres copias en dos sistemas de almacenamiento diferentes y una copia en otra ubicación física.
En términos de ciberseguridad, Lorena González Manzano recomienda cifrar los datos almacenados en servicios externos y usar discos duros o NAS para almacenar nuestros propios datos de manera segura.