El presidente López Obrador y Ovidio Guzmán, cada uno por su cuenta, han viajado en los últimos días en vehículos blindados. Uno, invitado por el presidente estadounidense Joe Biden a subirse a la famosa limusina La Bestia, y otro trasladado en un convoy de seguridad a la Fiscalía Especializada en Delincuencia Organizada tras su detención. El blindaje de la camioneta de Ciro Gómez Leyva evitó que el periodista muriera o resultara herido el 15 de diciembre cuando realizaba su trayecto diario de Grupo Imagen a su casa en horas de la noche, en el sur de la Ciudad de México. La jefa de Gobierno de la capital, Claudia Sheinbaum, viajaba en helicóptero cuando un nuevo siniestro en el Metro de Ciudad de México dejó una joven muerta y más de 100 heridos.
En México, el entorno en el que nos transportamos es un asunto circunstancial, pero sobre todo representa un asunto socioeconómico. Es un reflejo de nuestra posición económica y los privilegios que tenemos o nos faltan. El Metro de la Ciudad de México es un medio de transporte democrático. El que quiera puede subirse por sólo cinco pesos por viaje y recorrer la ciudad de un punto cardinal al otro. Desde los barrios de Iztapalapa, hasta el caótico y concurrido Centro Histórico. Desde Taxqueña, con su terminal de ómnibus al sur, hasta la rica Polanco, en el occidente de la capital. Desde la Ciudad Universitaria de la UNAM hasta la zona fronteriza de Indios Verdes —en el norte, y que comunica con el Estado de México—. Sin embargo, hay quienes consideran este transporte como una entidad ajena a su día a día. Quizás porque no lo necesitas, o porque simplemente no forma parte de tu día a día. Por eso les resulta fácil pasar página tras el grave choque de trenes ocurrido el sábado 7 de enero. El funcionamiento de la Línea 3 del Metro se restableció por completo solo tres días después, el martes 10 de enero, como si nada. como si hubiera ocurrido la muerte de Yaretzi Adriana Hernández —18 años, estudiante de Artes Visuales—, las decenas de heridos y las huellas psicoemocionales que este hecho supone para la familia y personas cercanas a Yaretzi, así como que quedó en los sobrevivientes del brutal choque. ¿Cuánto tardará una de las víctimas en sentirse preparada para volver a subirse al Metro, sin pánico, sin miedo? Lo más probable es que tengan que abordar un carruaje naranja nuevamente por necesidad y no por elección.
Y todos somos espectadores del entretiempo entre este fatal hecho y el siguiente. Porque el Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México, que transporta diariamente a casi cinco millones de personas, no aguanta más. Basta hacer un breve recuerdo de los recientes hechos en los que han muerto pasajeros, trabajadores de Metro y el humo frecuente en los convoyes. O referirse a su propia experiencia en la propia Línea 3, en la que cualquier mañana de un día laborable es intransitable e inhumano subir a un vagón, entre empujones, apretones y sudores.
El costo de cinco pesos por cada viaje es muy alto en términos de riesgo. La vida está en juego en cada viaje. Suena el pitido que anuncia el cierre de las puertas del convoy, se cierran, el metro avanza… y ya no hay certeza de que llegaremos sanos y salvos a nuestro destino. Un viaje incierto de cinco pesos oa bordo de un carro blindado. Ese es el tamaño de la desigualdad en términos de movilidad en México.
Tras el trágico hecho del 7 de enero, se requería que un funcionario se tomara en serio la precariedad en la que operan varias líneas del Metro, alguien capaz de dimensionar que de este sistema de transporte depende la movilidad diaria de casi cinco millones de personas y actuar en consecuencia, incluso si fuera necesario parar el funcionamiento de algunas líneas, como ya ocurre en un tramo de la Línea 1.
Era —y sigue siendo— urgente frenar la inercia de tener un contador con múltiples averías al que se le están reparando los desperfectos como si fuera una prenda o un par de zapatos. Pero, ¿cuál ha sido la respuesta? Enviar 6.060 elementos de la Guardia Nacional a todas las estaciones operativas del Metro para “proteger al pueblo” —dijo López Obrador—, a los “usuarios del Metro” —dijo Sheinbaum—, porque para ambos funcionarios la causa del choque en la Línea 3 no fue la irrefutable deterioro del sistema de transporte y su funcionamiento, sino los hechos “atípicos” y “premeditados” en torno al hecho que ha ponderado el Jefe de Gobierno.
La presidenta capitalina justifica el despliegue de la Guardia Nacional en las instalaciones del Metro a partir de una encuesta que, dice, se realizó el jueves 12 de enero a 4.000 usuarios del transporte, en la que el 70% se mostró a favor de la incursión de esta corporación de seguridad, emblema del Gobierno de López Obrador.
Gracias por la entrevista @Enrique_Acevedo, tuvimos la oportunidad de informar a su audiencia que el 70% de los usuarios de Metro está de acuerdo con la presencia de la Guardia Nacional en las estaciones. Una encuesta que realizamos hoy a 4.000 usuarios de Metro. pic.twitter.com/rRdE7agHcJ
— Dra. Claudia Sheinbaum (@Claudiashein) 13 de enero de 2023
Sin embargo, cuando este diario entrevistó a algunos de los usuarios, las respuestas retrataron el escepticismo de algunos pasajeros hacia la medida. “No creo que vaya a funcionar porque no es un tema de seguridad, sino de mantenimiento”, “Si se rompe un neumático, ¿de quién es la culpa? ¿Que se apague la luz, que choquen los trenes? No es un tema de delincuencia, no es un tema de seguridad”, fueron algunas de las respuestas.
Dada la desigualdad que impera en materia de movilidad —la que parece determinar quiénes son las víctimas en cada trágico choque de trenes—, la pregunta es si algún funcionario estará dispuesto a anteponer la seguridad de los ciudadanos o si, por el contrario, lo hará. optan por pasar frente al grave deterioro del Metro al abordar sus vehículos.
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