La tía de Diego Enrique Osorno escuchó durante años las historias de su sobrino, entonces reportero en Monterrey, sobre los desaparecidos que aterrorizaron al norte de México durante el período más duro de la guerra contra las drogas del presidente Felipe Calderón (2006-2012). “Es una tía muy querida y muy sensible, con la que tuve muy buena relación”, dice la periodista, ahora directora de documentales, en un café de Coyoacán. Pero no fue hasta que vio Ruido, que parecía entender. Y lloraba como si de repente, después de tantos años, hubiera entendido la gravedad del problema”, cuenta Osorno.
La literatura, el cine y el arte sobre las desapariciones en México han crecido en los últimos años, ante un público cada vez menos esquivo sobre el problema. películas como Ruido (2022), de Natalia Beristáin, El espesor del polvo (2022), de Jonathan Hernández, sin signos particulares (2020), de Fernanda Valadez, o el civil (2021), de Teodora Mihai, han marcado un antes y un después en la visión que México tenía de sí mismo desaparecido. “Hasta no hace mucho tiempo, la gente seguía pensando que si había desapariciones era porque la persona había hecho algo malo, estaba involucrada en algo”, explica Osorno, quien coescribió Ruido y director de La evaluaciónsobre los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.
Antes que las películas y los documentales, eran la noticia del día, las crónicas sobre los primeros familiares que se atrevían a alzar la voz, los libros en los que varios periodistas se juntaban para intentar condensar una tragedia que luego pasaba casi desapercibida. Mientras tanto, los números seguían aumentando. 17.000 desaparecidos en tiempos de Felipe Calderón, 35.000 durante la presidencia de Enrique Peña Nieto (2012-2018). Hasta que, en mayo de 2022, México tuvo que contabilizar 100.000 desaparecidos, una cifra que supera las desapariciones registradas por cualquier otro gobierno latinoamericano, incluyendo los periodos más sangrientos en países como Colombia, Argentina o Guatemala. En 2022, 39 personas desaparecieron al día en México, según cifras de la Secretaría de Gobernación.
Noé Zavaleta es el autor de los buscadores (2023, de la editorial HarperCollins), un compendio de historias de madres que ponen su vida en pausa para buscar a sus hijos desaparecidos. Durante muchos años, Zavaleta contó esas historias como reportero en Veracruz. “No podía imaginarme cubriendo desapariciones y violaciones de derechos humanos. Quería hacer periodismo deportivo, crónicas de carnaval y cosas así”, confiesa. Pero entonces comenzó la guerra contra las drogas, de la que nadie se salvó. “Antes se pensaba que todos los desaparecidos eran por algo, porque habían hecho algo malo para terminar así, pero luego el ambiente de todos los mexicanos se empezó a llenar de desaparecidos”, recuerda. Hasta que algunos casos empezaron a inundar los medios. La gente ya no podía mirar hacia otro lado. Uno de esos casos fue el asesinato del hijo de Javier Sicilia y otras cinco personas que estaban con él. Dejó la poesía a un lado —“Ya no puedo escribir más poesía… la poesía ya no existe en mí”— y fundó el Movimiento por la Paz, que dio voz a miles de familiares de asesinados y desaparecidos por la guerra entre el Estado y el narco en marchas de miles de kilómetros que obligaron al mundo entero a ver el lado oscuro de México. En 2016 también puso fin a su vida como novelista con el deshabitadodonde relata esos horribles días.
Luego llegaron otros, como los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, o el caso de Miriam Rodríguez, una madre que busca a los asesinos de su hija. Desde 2014, ella sola rastreó y encarceló a la mayoría de los que habían participado en la desaparición y posterior asesinato de su hija. Ella sola acechó a los delincuentes, se hizo amiga de sus familiares y los persiguió hasta el rincón más oscuro del país. Luego los entregó a las autoridades con todas las pruebas necesarias para encarcelarlos. Atrapó a 10 personas en los tres años que duró el allanamiento, pero su caso llamó mucho la atención y eso la puso en la mira del narcotraficante. La mataron a tiros el 10 de mayo de 2017, el Día de la Madre, frente a la puerta de su casa. Teodora Mihai contó su historia en el civiluna película que llegó al festival de cine de Cannes en 2021, donde fue aplaudida.
Giovanna Zacarías, que interpretó a Alma, la madre buscadora en torno a la que gira la película El espesor del polvo (2022), aprovechó esta oportunidad para tratar de captar el dolor de los que quedan cuando alguien desaparece. “No conozco a nadie a quien no le hayan desaparecido o asesinado, y no hay mejor manera de exorcizar el dolor que a través del arte. Demuestra la capacidad de la sociedad para recordar y construir nuestra identidad a través del arte. La película es nuestro granito de arena, un grito de desesperación que trata de mostrar lo que pasan las madres de todos los desaparecidos”, dice la actriz. El director de la película, Jonathan Hernández, dice que el título no fue casualidad. “Hace referencia a las cosas que, como las buscadoras de madres que han quedado atrapadas en esa tragedia mientras el mundo sigue girando a su alrededor, se empolvan y nosotros como sociedad las dejamos empolvar, las vamos consignando al olvido. a los que se fueron”, reflexiona.
Eduardo Ruiz Sosa escribió la novela El libro de nuestras ausencias, una historia sobre desapariciones en México, la violencia del narcotráfico y fosas clandestinas ambientada en el norte del país. El autor ha estado trabajando en él desde que salió de Culiacán, en Sinaloa, y se fue a vivir a Barcelona, España, en 2006. En el proceso de escritura descubrió verdades que habían estado enterradas en su subconsciente durante años, a través del proceso. de escuchar a sus personajes. “La ausencia deja todo suspendido, nada termina, nada puede volver a empezar”, reflexiona.
Natalia Beristáin, directora de Ruido, disponible en Netflix, sintió que la tiraban al abismo al tomar la decisión de hacer esa película. Fue en 2018 cuando decidió abordar “esa pulsión, esa necesidad, esa intuición” para atacar el problema como sabía, haciendo una película. “Llevaba mucho tiempo pensando en eso, estaba esperando que el problema se desvaneciera, pero no, las personas desaparecidas seguían sumando miles cada año, y de repente dije, ya llegó el momento, esto es No va a ningún lado”, cuenta. La película que retrata a una madre que busca a su hija ha sido un éxito en la plataforma Netflix. Fue la más vista del mundo durante más de seis días.
¿Hemos llegado a un punto de inflexión?
“Tal vez, aunque todavía queda un largo camino por recorrer”. Recuerdo que en una de las presentaciones de la película en la que estuve, una niña me dijo que se crió toda su vida con su prima. Eran muy unidos, pero hace unos años se habían separado. La prima se había hecho monja y ella había estudiado derechos civiles y era muy difícil que conectaran. ‘Porque marcho, quiebro, grito’, me dijo la niña. ‘Pero entonces mi primo vio Ruido sin que yo se lo propusiera y luego vino y me dijo ya entendí, ya entendí por qué estás tan enojado’, me dijo.
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